Rodrigo González, 2017.
Morfoestásis y Morfogénesis
Quizás una de las ideas
que pueden ayudar a integrar esta enorme cantidad de antecedentes, es la
concepción del cosmos como un flujo de información que configura distintos
sistemas en interacción, por lo mismo considero importante, que una vez
expuesto el complejo desarrollo de la biología actual, se bosquejen el
funcionamiento de los procesos de morfoestásis
y morfogénesis de los sistemas.
Partamos explicando cómo
logran mantenerse los sistemas. Ludwig Von Bertalanffy (1976), el biólogo
fundador de la teoría general de sistemas, planteó que los seres vivos deben
ser considerados sistemas abiertos
que intercambian materia y energía con el medio ambiente, ya que esta condición
les permite auto-organizarse y adaptarse constantemente a las condiciones del
medio. Argumenta que si los seres vivos fueran sistemas cerrados se degradarían
por la entropía.
En sentido contrario,
Maturana (Maturana
y Varela, 1992), sostiene que los seres vivos son un tipo particular de sistema
cerrado, llamado sistema autopoiético,
un sistema que es determinado por su estructura, produciéndose continuamente a
sí mismos. Si bien, los sistemas autopoiéticos, interactúan con el medio, las
respuestas que dan frente a este son determinadas por su propia organización,
con el objetivo de producirse continuamente a sí mismos por medio de procesos
filogenéticos y ontogenéticos.
Una teoría parecida es
planteada por el biólogo Rupert Sheldrake (1994); similar en cuanto a la
autodeterminación del sistema, diferente a cuanto los procesos que lo permiten.
De acuerdo a su entendimiento, los sistemas, en sus distintos niveles de
organización natural, funcionan según sus propios campos mórficos. Los campos morfogenéticos son campos que
almacenan información sobre regularidades, una especie de memoria integrada
sobre hábitos del sistema, a la vez, a partir de esta información se aplican
leyes que rigen el funcionamiento del sistema.
Cabe destacar que este mecanismo permite explicar la evolución
simultánea de sistemas que no se encuentran en interacción (algo que no lograba
explicar la teoría de Maturana).
Ilya Prigogine (2008) propone
una tercera posibilidad acerca de cómo emergen y se mantienen los sistemas. Según
la teoría de las estructuras
disipativas. La disipación de energía y de materia, en regiones cercanas
al equilibrio se asocia a la noción de desorden, sin embargo, lejos del
equilibrio la disipación es una fuente de orden, a expensas un aporte continuado
de energía externa al sistema. La máxima complejidad de un sistema antes de
hacerse inestable vendría determinada por la velocidad de comunicación.
Resumiendo: según la
teoría general de sistemas, la organización es fruto del intercambio recíproco
de energía con el medio; en el caso de la biología del conocimiento, un sistema
autopoiético puede conservar una estructura absorbiendo la energía de su medio
permanentemente; en cuanto a las estructuras disipativas estas se mantienen por
la disipación de energía; en el caso de los campos mórficos no requieren
energía para almacenar información, pues para mantener el sistema, no se
requiere más que su funcionamiento.
Hasta el momento,
hemos visto cómo se mantienen los
sistemas, aun es importante explicar cómo evolucionan, es decir, la morfogénesis. Sobre este punto, vale
mencionar al menos tres tendencias teóricas: la evolución ascendente, la evolución horizontal y la evolución cíclica.
Wilber (1999), Cowan y
Beck (1996) son algunos de los autores que pueden integrarse dentro del modelo
de dinámica espiral han estudiado
una serie de patrones evolutivos de los sistemas humanos (individuos, grupos y
sociedad), que ordenan progresivamente una serie de valores sucediéndose unos
tras otros en una movimiento que describe la emergencia de los distintos
sistemas anidados de acuerdo a los sistemas de valores y visiones de mundo
propios de cada uno. Según Ken Wilber cada fase emerge holoárquicamente, de modo
que cada holón subordina o incluye a sus antecesores. Cada nuevo nivel
emergente de la evolución tiene mayor profundidad y menor amplitud. De modo que
el cosmos se vuelve progresivamente más complejo, más diferenciado en cuanto a
la autonomía de sus subsistemas, y más integrado en su orientación teleológica.
Según esta visión, el
cosmos se constituye como un conjunto de estratos sistémicos de diversos
niveles de complejidad. Mientras mayor es el nivel de complejidad de un
sistema, mayor es el nivel de energía que se requiere para organizarlo,
quedando menos energía potencial disponible para subordinar otro sistema de
menor complejidad. Por otra parte, los sistemas con menor nivel de complejidad
tienen un mayor potencial de energía disponible, lo que les permite subordinar
a los estratos sistémicos de mayor complejidad. A la vez, todo sistema en cada
nivel de complejidad tiene su correspondiente forma de conciencia, que le
permite al sistema comprenderse, organizarse, dirigirse y regularse a sí mismo.
La conciencia funciona subordinado a un sistema con un nivel de complejidad
mayor y supraordenado a un sistema con
nivel de complejidad menor generando fenómenos de recurrencia informática.
Pero, como recuerda la
teoría de las estructuras discipativas, no solo son relevantes los procesos de
cosmogénesis en la evolución de los sistemas, además es necesario comprender la
caosgénesis, la evolución del desorden, lo ambiguo y lo incierto. Como expresa Edgar Morin
(1994), nuestro mundo fenoménico es mucho más complejo de lo que pretenden los
modelos que jerarquizan la realidad. Las nociones espirituales superlativas que
tiende hacia el infinito no pueden ordenarse en un sistema lógico, y cualquier
derivación lógica de dichas proposiciones son meras apreciaciones que reflejan
sentimientos de reverencia frente a una realidad que supera nuestra capacidad (Wiener,
1964). Jorge Ferrer (2003) por cautela y respeto, prefiere calificar todos estos términos superlativos
como “Misterio”, ya que los califica como intrínsecamente indeterminados.
Morin (1994) explica que
el mundo científico-materialista, privado de un Dios, en quien no podían creer
más, sintió la necesidad inconsciente, de verse reasegurado, de saber que había
“algo perfecto y eterno: el universo mismo”, una nueva especie de panteísmo. De
ahí, surge el paradigma de la simplicidad,
y su necesidad de poner orden a los fenómenos, desvelando la
“simplicidad escondida detrás de la aparente multiplicidad y el aparente
desorden de los fenómenos”, distinguiendo y jerarquizando. Al mismo tiempo,
nace la necesidad de rechazar el desorden, la complejidad intrínseca a la
realidad.
La complejidad sistémica –según Morin- es
un tejido de constituyentes inherentemente asociados. Por lo tanto, para
comprenderla se requiere un nuevo paradigma, el pensamiento complejo
trans-disciplinar, que no jerarquiza los distintos sistemas de valores y
visiones de mundo. Dos propuestas en este sentido, se puede considerar la
teoría de redes sociales de Moreno y la teoría de Bateson.
Moreno (1954) fue un
pionero en la investigación de los sistemas
en red, comprendidos como un
conjunto de nodos vinculados que gravitan la dinámica que conforma los
subsistemas. La evolución del subsistema, es definida por el proceso de
comunicación y de intercambio entre las partes, lo que a su vez da cuenta de
macro-estructuras que asignan roles específicos a cada uno de los elementos que
interactúan en escena.
Según Moreno, cuando una
matriz vincular se estructura rígidamente, no permite una creativa y espontánea
articulación de los recursos (energía,
información, etcétera), entorpeciendo el sano desarrollo de los
subsistemas. Por el contrario, cuando se renuevan las matrices vinculares, se
puede mejorar la articulación de los subsistemas en red, promoviendose el
desarrollo de ciertas etapas: En un comienzo se desarrolla una relación de
dependencia, luego surge una relación basada en la subordinación, para terminar
en una relación de más horizontal de independencia (Reyes, 2005).
Según Bateson (1998) el
desarrollo de los sistemas implica verse involucrado en cadenas progresivamente
más complejas de determinación. De acuerdo con la propuesta de Bateson: los
cambios de 1er orden implican pequeños cambios en el funcionamiento del
sistema, sin implicar la estructura relacional con el medio. Los cambios de 2do
orden, involucran los subsistemas en función de un propósito mayor, lo que
implica cierta comprensión del sentido de pertenencia a cierto entorno, y una
mayor apertura frente a otras formas de funcionamiento. Y en los cambios de 3er
orden, el sistema es capaz de observar su propio proceso y comprender su
contribución en la lógica general de los sistemas en que participa, pudiendo
reorganizarse creativamente, trascendiendo su propia estructura relacional por
medio de sucesivos procesos de descentración.
La teoría del proceso ofrece una tercera alternativa
sobre la evolución de los sistemas, una teoría de tipo cíclica, que toma como
metáfora al campo electromagnético. La teoría del proceso afirma que el
universo es un proceso creativo de aprendizaje, mediante el cual “Dios llega a
conocerse a sí mismo”. Young (1976), compatibiliza las realidades invisibles y
visibles, en un ciclo permanente de descenso y posterior asenso. A medida que
se desciende aumenta el nivel de concreción y se pierde progresivamente la
libertad. En seguida, a medida que se asciende aumenta progresivamente el nivel
de conciencia, recuperándose el grado de libertad. Basados en la teoría de
Young, los sistemas pasan al menos por cuatro fases de aprendizaje: una primera
fase de crecimiento en que predominan reacciones inconscientes; una segunda
fase de madurez donde prevalecen acciones de tipo inconsciente; una tercera
etapa de colapso en que se logran reacciones conscientes; y una última etapa de
re-organización donde predominan acciones conscientes (Grof, 1988).
Cuando Dennett (2007) y
Dawkins (2006) cuestionan la hipótesis del diseño inteligente preguntan “¿Quién
diseñó al diseñador?...”. pero los argumentos de estos autores caen en un
prejuicio, el creer que Dios debe necesariamente ser un ser acabado antes de la
creación y no considera los nuevos desarrollos desde la teoría del proceso que
considera a Dios como un ser inacabado que se desarrolla junto con su creación.
Estudiando el curso de la biología de sistemas nos hemos dado cuenta que el
materialismo mecanicista había deshumanizado el cosmos considerándolo como una
máquina inerte, por otra parte, el movimiento transpersonal toma un rumbo
argumental opuesto y humaniza el cosmos llenándolo de vida y libertad. Básicamente, toda esta controversia radica en un tema de perspectiva. Como
explica Kauffman (2008), si aceptamos a los procesos biológicos como
espirituales, esto tiene un impacto simbólico muy potente, que nos puede llevar
a tener mayor respeto con los seres viviente y más cuidado con nuestro planeta.
Depende de nosotros decidir de qué lado queremos estar.
BIOLOGÍA SISTÉMICA
http://vidaculturaycosmos.blogspot.cl/2017/02/biologia-sistemica.html
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