Rodrigo González, 2017.
Arquitectura y Urbanismo
La arquitectura y el
urbanismo parecen una actividad en apariencia ajena a toda espiritualidad, pero
si revisamos la historia notamos que las distintas estructuras se han movido
según las fluctuaciones del espíritu humano. Por una parte, es importante
reconocer que toda actividad constructiva se sostiene en conexiones simbólicas
subyacentes, pues todo arquitecto es un ser humano con sentimientos y
experiencias que se proyectan conciente o inconcientemente en sus obras, por
otra parte, tampoco podemos obviar que las estructuras influyen en los estados
psíquicos de quenes los habitan.
Cuando una persona está
en su habitación o caminando por la ciudad no solo desarrolla su vida en su
espacio físico inmediato, no limita su interacción al dominio perceptual que lo
contorna, además de ello orienta su actuar en un un “espacio mítico” -me
explico-, en un campo de conocimiento tácito más amplio y profundo: una
localidad, un país, un planeta... y en definitiva en un orden cosmológico completo,
que puede integrar formas sutiles de existencia. Y como la configuración de la arquitectura
y el urbanismo tienen su correspondencia con las coordenadas cosmológicas en que
se desenvuelve el espíritu humano, debemos comprender dichas disciplinas dentro
de una tendencia más general, orientada a transformar los espacios físicos,
dándoles un significado humano y funcionalidad vital.
Puesto que el ser humano no
puede desprenderse de su impulso primigenio por integrase con su naturaleza,
para vivir en un hábitat antinatural, sin comprometer la calidad su vida, se
entiende que toda
arquitectura es en cierta medida una arquitectura orgánica, en tanto, se
orientan a la integración entre el mundo natural y el mundo humano. En la propuesta
de Frank Lloyd Wright las estructuras arquitectónicas se deben asemeja a un
organismo, que refleja la belleza y la complejidad de la naturaleza, integrándose en una
composición unificada que se inspira en dichas estructuras naturales.
Podemos encontrar
antecedentes muy antiguos de esta visión de la arquitectura, por ejemplo, en la Antigua China las construcciones se mimetizaban con su entorno, integrándose tanto
con los movimientos del sol, el viento, la vegetación, las formas montañosas,
los causes de agua, como también con la estructura socio-cultural de aquel
entonces. Creando estructuras multinivel que se orientaban en coordenadas
físico-espirituales que seguían fluidamente los movimientos de la naturaleza de
modo que servían de guía moral para que los moradores se integraran armónicamente
con ese ordenamiento.
En occidente tenemos al gran Gaudí como el más
importante antecedente de esta tendencia. El maestro Gaudí se basaba en la
estructura del cuerpo humano, de los árboles y otras formaciones naturales para
crear ricos espacios interiores que inspiraba en los ocupantes profundas
aspiraciones espirituales, así mismo desarrolló espacios públicos dinámicos que
se transformaron en iconos de de identidad de la ciudad.
Como se ha visto, la
arquitectura responde a la capacidad del ser humano para transformar los
espacios físicos en lugares con significado y sentido. El espacio es
básicamente un movimiento en potencia y el lugar es la concreción que hace el
ser humano de ese espacio mediante su acción corporal e interacción social
contextualizada (Yi Fu Tuan, 1977). Por lo tanto, el diseño arquitectónico o urbanístico
debe ser entendido como un medio de legitimación de un orden social determinado
y la construcción de dichos diseños se constituye, al mismo tiempo, en el mensaje,
medio y contexto comunicativo donde se despliega el espíritu humano en sus
diversas formas culturales.
Nuestras casas y ciudades
son reflejo de nuestras almas, y como tal, se corresponden con un interjuego de
subjetividades, donde los espacios fenoménicos y míticos se solapan. Basta
considerar las profundas implicancias que tienen el sentido de un “interior” y
de un “exterior”, de intimidad y exposición, de vida privada y de espacio
publico, para el desarrollo espiritual de los pueblos. Tanto la construcción de
espacios públicos abiertos, dinámicos e integrados, como la construcción de
espacios privados, íntimos, e inspiradores que evoquen un aura de profundidad, transparencia
e introspección, son reflejo de las más sinceras necesidades espirituales del
ser humano.
Donde más intensamente se
vive la espiritualidad de la arquitectura es precisamente en aquellos espacios
que permiten conectar lo interno con lo externo. Por ejemplo, si estudiamos la
obra de Tadao Ando apreciamos como lograba enriquecer los espacios interiores
mediante una conexión fluida con los espacios exteriores, formando espacios sencillos
que estimulaban la espiritualidad propia de cada cultura (Universidad de
Monterrey, 2013). También observamos la conección entre lo interno con lo
externo en la importancia que da la arquitectura sustentable al eficiente uso de
la luz y la ventilación con miras a minimizar el impacto ambiental de los
edificios sobre el medio ambiente y sus habitantes.
Otro aspecto donde se
expresa la espiritualidad es en el diseño y uso de las ciudades. Muchas de las
tendencias actuales, tales como la nueva
ruralidad, los programas de recuperación de barrios y el urbanismo emergente,
confluyen en esta tendencia.
Existe cierto acuerdo
entre los urbanistas que afirman que los elementos urbanos se encuentras
integrados como un todo al igual que en un ser vivo. Lo que se debate actualmente,
es si el diseño de las ciudades tiende hacia la extensión o densificación. Mientras
que la densificación puede aumentar el hacinamiento y la complejidad social, la
extensión urbana aumenta la segregación socioespacial (Sabatini y cols., 2013). Frente a
la tendencia actual por crear megalópolis, Miguel Fisac propone la creación de redes simétricas de
“moléculas urbanas” diferenciadas, que busquen mediante un urbanismo
socializado el diseño de ciudades que logren un eficiente equilibrio con el
medio ambiente.
Cada ciudad se puede
componer una o varias moléculas urbanas. En el núcleo de cada una de ellas es
necesario crear espacios públicos amplios y complejos que permitan diversos tipos de
interacción humana en plena fluidez e interconexión. Seguidamente, la molécula
urbana considera una corona de barrios residenciales y rurales que se disponen intercaladamente en torno al
núcleo unidas entre ellas por eficientes
sistemas de transporte (Arqués, 2011).
Se trata de una idea que logra una especie de síntesis
entre la extensión y densificación. Antecedentes de esta perspectiva la
encontramos en Cerdá, cuando llamaba a “ruralizad aquello que es urbano, urbanizad
aquello que es rural”, además encontramos en este autor el primer intento serio
por hacer un urbanismo integral que considerara una visión transdisciplinaria
en la construcción de ciudades (Tort, 2006). Sin embargo, ante la monotonía urbanística
de Cerdá, como diría Jane Jacobs (1961)
lo que
genera igualdad y justicia es la diversidad y la multiplicaidad de voces que se
expresan en la construcción de una ciudad.
Por tanto, en
primer lugar, hemos de abrir nuestras mentes y nuestro corazón para crear formas
dinámicas, plurales e entegradas. Un buen ejemplo es la obra de Vincent Callebaut
y Zaha Hadid que ha logrado crear conjuntos orgánicos de edificios, parques y
patios interiores que se convinan en un programa mixto de oficinas, servicios
públicos, comercio y entretenimiento, es decir, un conjunto envolvente de
diversos espacios íntimos que se interconectan en forma contínua. Sin embargo, un buen
diseño no asegura su trascendencia, de ejemplo ponemos la propuesta de Cerdá
para crear plazas interiores y amplias vías e inter-vías que se encuentran
plenamente vigentes, pero que fueron desestimadas en su época debido a la
incomprensión y oportunismo de la gente. Para hacerla efectiva, se necesitan a
lo menos dos factores, poner atención a la vida humana e participación
informada de la población.
El destacado urbanista Jan Gehl (2006), nos recuerda que las ciudades no
son un montón de edificios y calles, las ciudades son espacios de interacción humana
y sus sistemas de vida. Nos llama entonces a poner atención a las necesidades y
comportamientos humanos a la hora de planificar. Las ciudades tienen que ser
habitables, saludables y sostenibles, por ello llama a privilegiar a los
peatones, las ciclovías y el transporte público por sobre los vehículos
particulares, tal como el agua, el desplazamiento humano va donde puede, por
eso, si el transporte público funciona bien la gente va a utilizarlo, si
los espacios públicos son de calidad la población los ocupará.
Estas ideas consideran factores humanos y técnicos,
pero muchas veces se enfrentan a resistencias de parte de la población, de
grupos económicos y político, por ello, aunque el urbanismo se desarrolla
gracias a la
acción centralizada de los urbanistas, arquitectos y diseñadores, estos han de
guiarse por las instancias de participación con asociaciones público/privadas y
redes interdisciplinarias. Aunque los planificadores pueden dar cierta
estuctura a los proyectos, son finalmente las comunidades quienes le dan
vitalidad, mediante el uso y apropiación de dichos espacios. Como explica Aravena (2014), el arquitecto debe traducir
en formas las fuerzas de la vida (humana y natural) sintetizando en su diseño las
complejidades del contexto, mediante diseños participativos y la coordinación
intersectorial. Si la población comprende que las propuestas
que se le entregan y el modo en que los proyectos incidirán en su calidad de
vida, la de sus familias y las próximas generaciones entonces seguramente podrán
tomar las mejores alternativas.
BIBLIOGRAFÍA
http://vidaculturaycosmos.blogspot.cl/2017/02/bibliografia.html
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