Rodrigo González, 2017.
Cibernética de segundo orden
y neurociencia
Varias décadas después
del surgimiento de la cibernética, comenzó a surgir una versión crítica de la
misma. Muchos de los descubrimientos de la cibernética y la teoría de la
información habían servido a fines militares. Pero la vida tenía una característica
que se resistía a ser imitada por los modelos matemáticos y computacionales, la
capacidad para autorganizarse. La vida goza de una autonomía sorprendente pese
a la interdependencia que tiene con el entorno. Los cibernéticos ya sabían que
ningún sistema podía funcionar sin instrucciones o referencias externas, esto
vino a ser reforzado por los descubrimientos de Godel y Turing, es el observador
quien determina el propósito del sistema observado, si nosotros, como seres
vivos, no somos concientes del propósito al que dirigimos nuestros sistemas
cibernéticos, entonces ¿Quién los está determinando? A partir de dicho momento,
las teorías de sistemas se introdujeron
con fuerza en el campo de las ciencias sociales y el estudio de las lógicas de
poder. Los cibernéticos ya no solo se preguntaban cómo es la dinámica del
sistema, sino también cómo generamos los sistemas. Se comenzó a hablar de una cibernética de segundo orden, donde se
introducía la lógica constructivista del observador como parte del sistema,
abriendo así una intensa discusión ética, política y epitemológica.
La cibernética de segundo
orden nos lleva a una pregunta básica ¿Quién
es este observador?... si reflexionamos un poco nos daremos cuenta que
la vida humana es extremadamente compleja, como ya se ha explicado somos
nuestros átomos, células, nuestro organismo, nuestro ecosistema, nuestro
planeta, etc. Sin embargo, la mayor parte del tiempo no somos concientes de
estos diversos niveles de organización constituyentes de nuestra vida.
La
biología moderna, derivada de las leyes de la termodinámica clásica, postulaba
que toda estructura adquiere su forma por la información que extrae de
estructuras anteriores, de ello se deriva la visión epigenética, que entiende toda
información como el despliegue de otra.
Por lo tanto, debemos entender que las formas biológicas son en sí mismas una
forma de lenguaje no verbal en constante flujo. Como diría Latour, “No hay
información solo transformación” (De Grande, 2013).
Gregory
Bateson (1998;
1980) se dio cuenta que los sistemas no solo tendían a reproducir pautas de
información, además contaban con una increíble capacidad para crear nuevas
pautas de información cuando
establecían redes entre los circuitos informáticos del medio interno y externo.
La cibernética de segundo orden
indicaba que el organismo y el observador se influían mutuamente integrándose
mutuamente en bucles comunicativos y que, por lo tanto, la configuración de sus
estructuras estaba inseparablemente unida al fenómeno conciente.
Uniendo los principios de
la epigenética con los de la autorganización, Bateson calló en cuenta que la
mente es un proceso vital consistente en interacciones comunicativas,
principalmente redes de comunicación no verbal, que permite que el patrón de
organización del sistema se encarne en una estructura determinada. Por eso
Bateson, entendía el espíritu es un proceso organizador de la vida, en virtud
del cual dos o más fuentes de información se pueden unir o distinguir para
formar nuevas estructuras informáticas.
En tanto interactuamos
con el mundo natural como seres concientes, sea a nivel atómico, galáctico,
celular o como organismo, todo proceso organizado pueden participar de nuestra
espiritualidad. En cierto modo, involucrar a todo el mundo natural en nuestro
proceso vital es inevitable pues es imposible no comunicar, aunque los sistemas
no tengan la intensión de enviar información, no verbalmente siempre están emitiendo
mensajes de valor cero. Como postula la ecología de la mente (Bateson, 1998), dado
que el universo está organizado en diversos niveles de complejidad, cada uno de
estos niveles de complejidad tiene una
mente, está constituido por mentes y son parte de una mente mayor. De
cierto modo, el ego individual es sólo el aspecto perceptible de un sí mismo
mayor.
Desde los estudios de
Bateson, la conciencia se ha vuelto un objeto de estudio central dentro de la
biología. En sus tiempos, las propuestas de Bateson sonaban extrañas, pues la
ciencia aun entendía la conciencia como un epifenómeno que emerge del mundo
físico, y tenía dificultades para explicar la emergencia de procesos físicos a
partir de procesos mentales. En este sentido, abundaron modelos que establecían
un paralelo dualista entre el funcionamiento del cerebro y la computadora,
aduciendo que el cerebro es como un procesador en paralelo y que distintas
partes del cerebro desempeñarían distintas funciones, en forma similar a los
componentes de un hardware (Varela, Thompson y Rosch, 1991). Dentro de este
campo de estudio destacamos varios descubrimiento, por ejemplo, se ha descubierto
el rol que desempeña la amígdala en emociones como el miedo, los núcleos de
accumbers se han asociado al placer y las adicciones, las neuronas espejo a la
capacidad para comprender estados mentales de otros y los lóbulos prefrontales
a la capacidad para reflexionar y regular la conducta, etc (Goleman, 2003).
Se han identificado
múltiples zonas del cerebro relacionados con distintos fenómenos espirituales,
tales como los lóbulos temporales (Persinger, 2003), las vías dopaminérgicas
(Tritsch, Ding y Sabatini, 2012), la ínsula izquierda, el lóbulo parietal y la
corteza cingulada anterior, corteza prefrontal (Beauregard y Paquette, 2006; Newberg,
Alavi, Baime, Poudehnad, Santanna y d´Aquili, 2001) o la glándula pineal
(Bardasano, 1978; López-Muñoz, Marín y Álamo, 2010).
No obstante, el
entusiasmo de aquellos que asemejaban el cerebro al computador se fue
paulatinamente diluyendo. Como argumenta David Chalmers (1995), el principal
problema de dichos modelos es que no logran resolver el problema duro de la conciencia, el tema de la sensibilidad
cualitativa o qualia. Tales declaraciones generaron un intenso debate en los
círculos académicos, destacándose la reacción de autores como Dennett, Varela, Penrose,
Pribram, Edelman y Searle.
John Searle (1996) cree
que efectivamente la conciencia puede ser una propiedad emergente del cerebro,
sin embargo, se pregunta al igual que Chalmers “¿Cómo es posible que disparos
neuronales físicos, objetivos, cuantitativamente describibles, provoquen
experiencias subjetivas, cualitativas, privadas?” por lo mismo, Searle indica
que la mente sigue siendo un misterio
para la ciencia. Aunque muchas personas defienden la “inteligencia
artificial fuerte” y siguen creyendo en la relación mente-software en forma
estricta, la verdad es que –según Searle- la computadora solo puede simular los
procesos mentales pero no generarlos. Pues la computadora es meramente una
máquina que maneja signos formales, es decir, un sistema sintáctico de operaciones,
pero la conciencia no es solo aquello, sino que maneja significados o
contenidos. En realidad, la sintáxis tampoco es intrínseca a la física del
sistema computacional, sino que es el ser humano el que interpreta el
funcionamiento de la máquina como signos con significados. Por lo tanto, la
computación, en términos estrictos, solo existe en medida que exista algún
agente que realice una interpretación computacional a dichos eventos físicos.
Roger Penrose (2009)
adopta una posición más extrema que la de Searle, sosteniendo que el mundo
computable de la física clásica es incapaz de explicar los aspectos no-computables de la mente y que, por
consecuencia, no pueden ser simulados por una computadora. Como prueba de su
teoría, Penrose recurre al teorema de
incompletud de Godel, que demuestra que podemos contemplar concientemente la
respuesta correcta a un enunciado de un modo que no podría hacerlo un
algoritmo, pues el algoritmo procesa la información pero no puede apreciar
aspectos cualitativos del mismo (por ejemplo no aprecia entre verdad o
falsedad). Penrose también descarta una visión simplista que entiende que
cualquier sistema que almacena información sobre sí mismo puede ser conciente.
¿Cómo podía la cognición
ser un elemento central de la vida? Y, antes qué esto ¿Cómo explicamos la
relación entre la conciencia y la biología? Física, psicología y biología se
convocaban en un campo de estudio que se creía gobernado por el misterio, o si
se quiere por la religión y filosofía.
Hay un consenso general
en que el sistema nerviosos cumple una función decisiva para la emergencia de
fenómenos concientes en los seres humanos, probablemente otros animales
cordados cuenten con un tipo de conciencia diferente, e inclusive, parece ser
que las plantas también son capaces de percibir estímulos y comunicarse (Bose
Institute, 1958; Backster, 1968). Pero nos concentraremos en los seres humanos,
pues aquello es lo que más nos interesa.
Como se ha explicado, los
cibernéticos describieron y modelaron el funcionamiento de redes neuronales
mediante complejos sistemas informáticos que incluían reentrada de información.
Todo indicaba que los descubrimientos sobre las neuronas y las redes neuronales
resultaban coherentes con estos avances de la cibernética. Por ejemplo, Donald Hebb
(1985; Hebb y Thompson, 1954) descubrió que las sinapsis aumentaban su eficacia
por la acción conjunta y reiterada de redes neuronales. Jean-Pierre Changeux (Changeux,
Courrege y Danchin, 1973) descubrió que el desarrollo de las neuronas se estructura
en sucesivas fases de proliferación sináptica y una selección de conexiones más
usadas. Roger Sperry (1961) descubrió que ciertas partes del cerebro escindido podían
funcionar una sin conciencia de la otra cuando se cortaban las conexiones entre
ellas. Edelman (2000) y Varela (2000) descubrieron que regiones distantes del
cerebro mostraban mayor coherencia cuando la persona se encontraba conciente de
los estímulos que se le presentaban. Karl Lashley y Karl Pribram han demostrado
que tras la disección de un trozo de cerebro la organización nerviosa restante
puede asumir las funciones de todo el sistema previamente existente, como si las
funciones concientes tuvieran una representación cortical múltiple (Pribram y
Ramirez, 1981).
Todas estas investigaciones
apuntaban en una misma dirección, según parece, el estado de conciencia
ordinario es producto de la activación cerebral continua, diversa e
interrelacionada, y no el resultado de estados físicos discretos e
independientes. Algunos dicen que la actividad conciente responde a un modelo
de versiones múltiples en acción (Dennet, 1995), otros que se relacionaba con
la acción en red de varios grupos neuronales y no con la actividad aislada de
ciertas partes del cerebro. Como explican Edelman y Tononi (2000), la
conciencia no es un estado físico determinado, sino un proceso interactivo, que
involucra un núcleo dinámico completo. Es decir, un grupo funcional de grupos
neuronales que en un momento dado están interactuando mucho más entre si que
con el resto del cerebro.
Benjamín Libet (2004) reveló
que los estímulos débiles requerían una estimulación constante (de casi medio
segundo) antes de producir una experiencia sensorial consciente. Específicamente,
requiere la activación sincrónica de las neuronas a una velocidad de 40
disparos por segundo (Crick, 1994). También se descubrió que el sistema
nervioso siempre se encontraba con un nivel base de actividad aunque no se le
estimulara y que si se presentaba un estímulo monótono las distinciones
perceptuales tendían a desaparecer (Zubek, 1969). Estos antecedentes nos
indican que la emergencia de fenómenos concientes en los núcleos dinámicos se dan
gracias a la constante reentrada de información entre las áreas que median en
la memoria valor categorial y aquellas que participan en la categorización
perceptiva de estímulos sensoriales de diversas modalidades y matices áreas dispuestas
en las más diversas áreas del cerebro. El núcleo dinámico no puede
descomponerse en subespacios independientes sin que se pierda parte de la
información, puesto que la integración de distintos grupos neuronales funciona
como espacio neuronal de referencia sobre el cual se discrimina un estado
determinado de otros quale, así por ejemplo, podemos distinguir un color de
otros, y de otras sensaciones como las formas, los sonido, el dolor o el sabor
(Edelman y Tononi,
2000).
Hemos de entender que el
cerebro, al igual que cualquier otro instrumento de medición, no es más que una
parte del universo físico. Como se ha indicado, las escalas de tiempo,
temperatura y materiales dispuestos en el sistema nerviosos hacen posible hacen
posibles fenómenos de coherencia cuántica (Kauffman, 2013). Así, nuestras
estructuras biológicas pueden colapsar las funciones de onda al interactuar con
su observación en los procesos en que está participando (Stapp, 2011). Siguiendo esta línea argumental, destacamos algunos modelos que dan cuenta de fenómenos
concientes.
Paralelamente Penrose (2009)
buscaba algún fundamento físico para procesos no-computables apelando a la
teoría de gravedad cuántica. Según la gravedad cuántica, cuando se da un
proceso de superposición cuántica el espacio-tiempo se encuentra en un estado
de indeterminación, mientras no se acumula un potencial de energía suficiente
para la generación de un gravitrón
(quantum de gravedad). Debido a la semejanza entre dicho proceso indeterminado
y el fenómeno conciente, Penrose cree
que debe existir algún mecanismo cerebral que genere este estado de
indeterminación.
En una escala aun mayor, Karl
Pribram (Pribram y Ramirez, 1981) había descubierto que muchos fenómenos
concientes como la memoria o el aprendizaje tienen una representación cortical múltiple. Más aun, se dio cuenta que tras
re-localizar de distintas zonas corticales no se observaran desordenes
significativos en la programación funcional de la conducta. En búsqueda de una
respuesta, Karl Pribram encontró
en los estudios sobre holografía de Dennis Gabor, una práctica analogía para
explicar el funcionamiento de las redes neurales. Quizás el cerebro puede
funcionar como un holograma donde cada una de las partes contiene información
redundante sobre el funcionamiento de todo el sistema. En la imagen de más
arriba se puede ver un símil entre holograma de Fourier y esquema del sistema
nervioso. En ambos casos se puede identificar un plano de entrada, un plano de transformación, y un plano de salida del sistema. El cerebro, no solo procesa
un lenguaje verbal, sino que también imágenes. Lo importante de esta idea es
que a diferencia de los programas, que se guían por principios lógicos y
objetivos, las imagenes pueden comprenderse holísticamente (como totalidades) y
tienden a valorarse según criterio de bondad de carácter heurístico. No
obstante algunas preguntas aun rondaban en la mente de Pribram, después de todo
“¿Quién miraba el holograma?” Hasta que un día se cuestionó “¿Y si el mundo
real no está hecho después de todo con objetos? ¿Y si es un holograma?”.
Entonces descubrió que Bohm especulaba con que el universo podría parecerse a
un holograma. Bohm explica que mediante lentes (como el telescopio o el
microscopio) la ciencia había objetivado la naturaleza. Por otra parte, Pribram
especulaba sobre la posibilidad de que el cerebro funcionara en forma similar a
un sistema óptico interpretando frecuencias de otras dimensiones. Bohm y
Pribram especulan con que los estados de coherencia cuántica y el
funcionamiento del cerebro podrían cohesionarse por medio de interacciones no
locales formando un todo.
En un nivel de análisis
aun mayor, Francisco Varela explica que la cognición es un proceso vital
enactivamente encarnado, esto quiere decir que todo contenido conciente es
inseparable de la conducta sensorimotriz que ejerce el organismo sobre su
entorno interno y externo. Internamente, el sistema nervioso, está
inseparablemente integrado a otros sistemas como el sistema hormonal,
circulatorio o el sistema inmunológico (Varela, 2000; Varela, Thompson y Rosch,
1991). El cerebro tiene la capacidad de cartografiar el espacio ocupado por el
cuerpo al moverse, formando un mapa del cuerpo, que integra el espacio
peripersonal y el esquema corporal. El mapa corporal no termina cuando se acaba
la carne, sino que se difunde por el mundo, mezclándose con las
representaciones de elementos con los que se mantiene una interacción, como un
caballo en caso de un jinete, la pareja en el caso de un matrimonio, una
herramienta en caso de un trabajador, o una estrella en el caso de un astrónomo
(Blakeslee y Blakeslee 2009).
Es importante destacar
las diferencias y similitudes entre el modelo Penrose-Hameroff, el modelo
Bohm-Pribram, el modelo Eccles-Beck y el modelo de Varela: cada uno de estos
modelos se enfoca en un nivel de análisis distinto (los microtúbulos, las
sinapsis de los dendrones, sistema nervioso, cuerpo enactivo). Mientras que el
modelo Bohm-Pribram y el modelo de Varela se entienden como procesos holísticos,
los modelos Penrose-Hameroff y de
Eccles-Beck recurren al dualismo como medio explicativo, sin embargo, no se
refiere al dualismo tradicional materia-mente, pues se argumenta que la mente
es solo un estado distinto de existencia material. Ahora bien, no se debe
entender que dualismo y holismo sean procesos incompatibles, ya que Pribram
cree que responden a dos modalidades complementarias de procesamiento (analítico y sintético). Lo más
destacado es que todos los modelos insinúan una íntima conexión entre el
funcionamiento cerebral y el cosmos.
Considerando la relación cerebro-cosmos algunos autores
proponen que la conciencia no se restringe al funcionamiento corporal. Chalmers
se cuestiona la posibilidad de crear un ser que reproduzcan por completo el
funcionamiento físico de los seres humano pero carente de experiencia cualitativa.
La única solución que descubre Chalmers es que la experiencia conciente
cualitatativa o qualia no sea una propiedad emergente de la materia, sino una
propiedad ontológica de los sistemas físicos, toda materia tendría al menos una
forma rudimentaria de conciencia (Clark y Chalmers, 1998). Riccardo Manzotti (2006)
cree que la conciencia se encuentra esparcida por el cosmos… para que se
presente un arcoíris no basta con el sol y la lluvia, es necesario que un
espectador lo observe desde cierto angulo. Por tanto, no existe algo
independiente de lo que es percibido, pues la conciencia está esparcida entre
la luz del sol, la lluvia, los ojos, el cerebro, etc. y son todos estos
elementos como conjunto los que generan la experiencia del arcoiris. El
espectador no ve el mundo sino que es parte del mundo, participa en y de él.
BIBLIOGRAFÍA
No hay comentarios:
Publicar un comentario