Rodrigo González, 2017.
BIOLOGÍA SISTÉMICA
La vida… ¡que misterio
más hermoso! ¿Qué es la vida? Nos preguntamos intrigados y al ponerle atención
nos encontramos con nosotros mismos.
¡Que intrigante es entrar en una colonia de termitas, en el cuerpo
humano o la complejidad del mundo microbiológico! es difícil no quedar
sorprendidos. ¿Cómo hacer una ley sobre aquello que se mueve libremente? en
tanto lo vivo se manipula se desvitaliza, y se escurre entre las manos como si intentáramos atrapar un soplo en el infinito.
Demos unos ejemplos para
ilustrar lo complejo del tema. ¿Es el planeta un ser vivo? Y ¿Qué podemos decir
de los virus o las células cancerosas? A simple vista decimos que una piedra en
el suelo no tiene vida, pero podemos encontrar en ella multitud de
microorganismos, considerando esto ¿Debemos considerar el medio intersticial
entre las células como un medio vivo? Poniendo un ejemplo más ¿en qué momento
el oxígeno pasa a estar vivo, cuando está cerca de nosotros, cuando lo estamos
inspirando, cuando lo introducimos en el sistema circulatorio, cuando se
incorpora en el funcionamiento celular o cuando pasa a formar parte de las
estructuras celulares? Y ¿Qué podemos decir de los robots o los ciborg, están o
no vivos?
Vida: Organización y Ecología
En la historia de la
biología ha existido una constante tensión entre el materialismo-mecanicista y
el espiritualismo-romántico. El materialismo mecanicista de inspiración
cartesiana entiende el organismo vivo como una máquina llena engranajes, poleas
y estructuras hidráulicas. Y en base a dicha analogía sostiene que todas sus
condiciones pueden ser predichas y determinadas por las leyes de Newton. En
reacción al mecanicismo, los biológos vitalistas argumentaron que los
organismos crean un ambiente interno que funciona con relativa independencia
del medio externo, resistiendo la entropía química y las leyes newtonanas.
Creen que cada ser vivo se desarrolla según su propio patrón interno, y no podemos manipular su patrón de desarrollo
manipulando solamente variables externas (Capra, 1996).
La idea de un patrón
interno proviene de la proposición romántica que declara que los seres vivos están constituidos por unidades estructurales y funcionales vivas de las cuales
emergen estructuras mayores esencialmente homólogas a las unidades menores y
que estas a su vez constituyen el organismo. Por ejemplo, la botánica
demostraba que a medida que las ramas crecían se desarrollan ramificaciones menores
homólogas a las mayores, o la teoría vertebral que mostraba el cráneo como una
especie de vértebra metamorfoseada. Pero sin duda alguna, el mayor triunfo de
esta perspectiva biológica es la teoría celular propuesta por los citólogos
Schleiden y Schwann (Sánchez-Garnica, 2004). Todo organismo está constituido por unidades vivas más pequeñas,
que siguen un patrón de interno que permite preservar la vida del ser como
totalidad. A la vez, se presume que en general, toda célula proviene de otra
célula, de manera que este patrón de desarrollo resulta heredable, replicándo
dicho patrón a las siguientes generaciones.
Al comienzo el
mecanicismo rechazó la teoría celular por considerarla un resabio del
romanticismo. Esto, hasta que Claude Bernard demostró que una misma sustancia
química, tiene resultados muy diversos en distintos organismos, es decir, una
sustancia puede ser un remedio para un organismo y un veneno para otro, o
incluso ser perjudicial para el mismo organismo en distintas condiciones. Por
lo tanto, más allá de las condiciones externas, deben existir ciertas condiciones
orgánicas intrínsecas al organismo que determinen la sensibilidad ante las
condiciones externas. Teorizó que el líquido que baña las células, este
citoplasma, funciona como un medio
interno que unifica el funcionamiento de todas las células. Desde esta
perspectiva, la enfermedad se puede entender de dos maneras: o como una
alteración del medio interno, o como una alteración en la sensibilidad de las
células a las condiciones de este medio interno. Lamentablemente Bernard pasó a
la historia como el máximo exponente del positivismo en fisiología, quizás el
ilustre fisiólogo no tuvo la audacia para superar un determinismo que desde un
comienzo no tenía cabida en su teoría (Sánchez-Garnica, 2004).
Pero si toda célula
proviene de otra célula ¿Cómo explicamos el origen de la vida y la inmensa
diversidad de seres vivos? Recordemos que por ese entonces existía una
controversia entre fijismo y evolucionismo. Inmerso en este clima cultural,
Lamarck (1809) formuló su propia teoría de la evolución. Los fluidos internos
presionan los tejidos que los contienen, según sea la necesidad del organismo.
Así, por ejemplo, la jirafa adquirió su largo cuello por el deseo de alcanzar
el follaje de los arbustos más altos. Seguidamente los naturalistas pensaron:
“¿por qué algunos mueren y otros sobreviven? Y la respuesta era clara, el más
adaptado sobrevive...” (Wallace, 1905), así la hipótesis de Lamarck fue
remplazada por la selección natural, el organismo y el medio ambiente se encontraban implicados en un bucle de retroalimentación
que los modifica mutuamente. Así por ejemplo, una especie puede seleccionar
especímenes para aparearse con una característica particular que favorece la
sobrevivencia en las condiciones ambientales que se encuentra, otros organismo
en cambio toman un rol más activo modificando su entorno o seleccionando otros
entornos más adecuados (Wallace, 1858).
Si Bernard y Wallace
hubieran combinado sus teorías sobre el medio interno y el medio ambiente,
habrían creado la teoría de sistemas con sus diversos niveles de organización. Debemos
esperar hasta los aportes de Lawrence Henderson (1913) para comprender que la
regulación del medio interno y externo están relacionados inseparablemente.
Primeramente Henderson
estudió la sangre como un sistema físico-químico que gracias a la acción
conjunta de los pulmones, los riñones y los glóbulos rojos lograba regular la
razón ácido-base al interior del organismo. Luego Henderson (1913) se dio
cuenta de la importancia de las condiciones
ambientales externas para mantener condiciones favorables para la vida, por
ejemplo, la cantidad de carbono y oxígeno en el aire y el agua son factores
decisivos para preservar el equilibrio entre ácido y base al interior del
organismo. Todo indicaba que homeostasis y adaptación son un mismo proceso.
Una de las más
interesantes propiedades de la vida es su tendencia a organizarse en distintos niveles de complejidad. El patrón vital
se reproduce a distintas escalas en forma similar. Hasta hace algún tiempo no
comprendíamos que si usábamos una escala de medición más pequeña, fijándonos en
detalles más pequeños nos encontraríamos con un patrón fractal (Mandelbrot, 1967;
2007). Desde una perspectiva reduccionista, que se centra en estudiar los
componentes de un sistema, nuestro cuerpo humano está compuesto por órganos,
tejidos, células, moléculas, átomos, partículas subatómicas (y probablemente
muchas otras partículas que aún se están descubiendo). Por otra parte, si lo
vemos desde una perspectiva ecológica y orgánica, nuestro cuerpo es parte de
una individualidad, grupo, sociedad, ecosistema, planeta, sistema solar,
galaxia y cosmos (Solomon, Berg y Martin, 2013). Cada nivel de organización
poseen enormes diferencias en sus formas de existencia, y al mismo tiempo son
nosotros mismos.
Las próximas décadas,
trajeron descubrimientos muy interesantes en el campo de la embriología,
Driesch (Sunderland, 2007) logró producir erizos de mar diferenciados a partir
de la sección y posterior unión de un blastómero de erizo de mar y Harrison (Buettner,
2007) fue capaz de generar órganos normales de anfibios intercambiando las
células productoras de otros órganos del mismo animal en desarrollo. Esto
demostraba dos cosas: que a partir de un conjunto indiferenciado de células se
produce la inmensa diversidad de células y tejidos del organismo; y que no es
la célula individual sino el campo
celular el que poseen el patrón de desarrollo que modela la epigénesis
de los órganos y organismos. Paralelamente, los ecólogos comenzaron a estudiar
los ciclos tróficos contemplando las interdependencias nutricionales entre los
distintos organismos y el medio físico como un ecosistema (Armenteras, González, Vergara, Luque, Rodríguez y
Bonilla, 2016)
Todo revelaba que la vida
en cada uno de sus niveles de complejidad se desarrollaba y organiza como una red o trama de procesos más que como
procesos aislados e intrínsecamente diferenciados, por ejemplo, la célula de
desarrolla en un campo celular y el organismo en un ecosistema.
A raíz de estos
descubrimientos los científicos comenzaron a buscar modelos matemáticos que
permitieran comprender la lógica inherente a las redes celulares y
ecosistémicas. En esta dirección, McCulloch y Pitts (1943) demostraron que la
actividad nerviosa respondía como complejos modelos en red de lógica binaria.
Algunos de estos modelos neuronales incluían series de reacciones en cadena y
bucles de retroalimentación donde las últimas reacciones influían en las
primeras. Seguidamente, los científicos se propusieron crear modelos reales
capaces de autorganizarse y asumir todas las funciones de un ser vivo. Desde
entonces, el progreso de la cibernética
y la teoría de las
comunicaciones aplicadas al estudio de la vida y la mente, vienen
imponiendo serios desafíos a la biología y las ciencias sociales.
Inicialmente, de mano de
Norbert Wiener, John von Neumann, y Shannon la cibernética surge como una rama
de las matemáticas que se encargaba de describir y diseñar sistemas recursivos
de información que lograran – al igual que los seres vivos - la autoorganizar su estructura, por medio
de procesos de optimización en la comunicación, la retroalimentación y la
autoreplicación. Se trata de una disciplina transdisciplinaria que involucra a
la biología la psicología, la neurociencia, la electrónica, la mecánica, la
informática, etc (Wiener, 1964).
Hoy por hoy, los avances
de la cibernética y ciencias afines están imponiendo nuevos y serios retos. Por
ejemplo, los seres humanos durante toda la historia han buscado diferenciarse
de los “animales” y del “mundo inerte”, pero los cibernéticos por el contrario,
se atreven a crear un paralelo entre la mente humana y las computadoras, lo que
nos retrotrae a las metáforas del mecanicismo cartesiano. ¿Somos sofisticadas
máquinas procesadoras de información capaces de autoreplicarnos? Entonces ¿Cuál
es la diferencia entre la materia innerte, el humano? Las diferencias parecen
difuminarse al proyectarnos al futuro y entra en cuestión la adecuada
articulación entre los humanos y las máquinas.
Al reflexionar sobre
estas grandes tendencias recodamos las advertencias que Norbert Wiener (1964) menciona en su obra “Dios y Gólem”, respecto
al avance de la tecnología y el peligro inminente que representa. Wiener
explica que las máquinas por medio de
procesos de aprendizaje y autoreplicación toman parte de procesos ontogenéticos
y filogenéticos propios de la espiritualidad humana. El argumento sobre
la creación de un ser hecho a imagen y semejanza del creador, evoca la relación
de la criatura humana con Dios. La criatura –y en este caso la máquina- puede
revelarse contra su creador al desarrollar una peligrosa sagacidad que puede
terminar remplazando mayoría de las actividades humanas, o incluso pueden
llegar a subordinarnos. Como advierte Wiener, no debemos permitirle a las
maquinas tomar decisiones importantes, puesto que nunca tendrán cualidades
humanas como la compasión y la sabiduría. El problema es que, la lógica
macroeconómica empuja los avances científicos y técnicos sin ningún límite,
pero el desarrollo de una conciencia crítica a nivel microsistémico no le sigue
el paso. No es mi objetivo asustar al lector, sino mostrar como el exponencial
desarrollo de las redes informáticas, el desarrollo de la inteligencia
artificial, la nanotecnología y la biotecnología, dirigen nuestro destino hacia
una era de máquinas con habilidades espirituales (Kurzweil, 1998).
Durante los años sesenta,
mientras los cibernéticos discutían sobre cómo los robots y computadoras podían
simular formas de vida, surgen dos grandes descubrimientos que revolucionaron
la forma en que entendemos la vida. Cuando Schrodinger (Castro, 2004) se
pregunta ¿Qué es la vida?, le intrigaba entender cómo hacen seres vivos como
los humanos para mantener y aumentar un orden interno, a pesar de la entropía
que debería reinar en su cuerpo. Propuso dos alternativas: o los seres vivos
logran mantener su orden a expensas del orden de otro orden o logran generar
orden a partir del desorden.
La forma más evidente en
que los seres vivos extraen orden del orden lo encontramos en los procesos
alimenticios, cuando los organismos toman el orden encontrado en los nutrientes
para enriquecer su propia estructura, otra parte del orden encontrado en los
nutrientes se convierte en energía discipada o es desechada al medio ambiente,
entonces ¿No debería cambiar la estructura de los organismos cambiar
constantemente o disolverse por la discipación de energía? Pero esto no ocurre,
por lo general los sistemas vivos logran mantener su estructura general incluso
por varias generaciones.
Pocos años después se
descubriría una estructura relativamente estable al interior de las células de
donde los seres vivos podrían extraer su propio orden y heredarlo a las futuras
generaciones, el famoso patrón interno del que hablaban los románticos. Estamos
hablando de descubrimiento de la estructura
del ADN. Watson y Crick habían descubierto una estructura muy compleja
capaz de desencadenar procesos bioquímicos que transforman los nutrientes en
una estructura biológica determinada y generar los procesos catalíticos que perpetúan su propia estructura (Castro, 2004). El ADN vino a significar el
sustrato común que nos permite identificarnos con nosotros mismos, con nuestra
especie humana y sentirnos con todo derecho parte de los procesos vitales de
nuestro planeta.
Se había encontrado el
sustrato de la estructura, pero aun no estaba claro cual era el proceso que
sustentaba dicha sustancia. Por una parte, a Crick (1981) le parecía una
especie de “milagro” que la vida haya podido organizarse de materia inorgánica
para conformar una doble hélice tan asombrosamente compleja como el ADN y todos
los procesos que la sustentan. Por otra parte, el descubrimiento del ADN solo
aclaraba como las estructuras podían mantenerse y la selección natural solo
explicaba como los genes y estructuras eran eliminadas, pero no explicaba cómo
las estructuras biológicas podían evolucionar en nuevas formas de organización.
Monod (1989) había demostrado que la deriva génica era un principio gobernado
por el azar, que los cambios eran indeterminados, entonces ¿Cómo podía
generarse orden a partir de ello? También son fortuitas las mutaciones
genéticas ¿Es acaso la misma entropía y la indeterminación cuántica las que
gobiernan el curso de la evolución?
Según las leyes de la
termodinámica, hay una tendencia al desorden al interior de los sistemas
cerrados. Desde la cibernética la disipación de energía se había asociado
ruido y por tanto a una transmisión ineficiente de la información que haría
imposible el desarrollo de la vida. Prigogine (2008; 1991; 1997; Prigogine y Nicolis, 1977;
Prigogine y Stengers, 1984) dedicó su investigación a dilucidar cómo hacían los
organismos para mantener sus procesos vitales en un estado de no equilibrio
térmico. Partió observando sustancias químicas a las que les administraba
distintas dosis de calor. A medida que inyectaba calor en la sustancia las
partículas se movían en forma errática, pero llegaba un punto donde la
disipación de calor generaba en la materia la organización súbita de una
estructura de sorprendente orden. Prigogine decidió llamar a dichas formas
emergentes del caos como estructuras disipativas. Se dio
cuenta que la forma de estas estructuras no eran predecibles y se hacía cada
vez más difíciles de repetir. Más aún, se percato que una vez que las estructuras
disipativas alcanzaban un estado estable podían evolucionar, es decir, cuando
el flujo de energía en ellas aumentaba, pasaban por distintas etapas de
inestabilidad y saltos a nuevas formas de organización que aumentaban
progresivamente su complejidad.
Prigogine había
desarrollado una nueva termodinámica que describía la autoorganización en
sistemas abiertos lejos del equilibrio. Por fin se contaba con un modelo
teórico que explicara cómo los organismos vivos mantienen una estructura
general relativamente estable a pesar del incesante flujo y cambio de
componentes. Las formas de vida son islas de orden en un mar de desorden y
aumentan su orden a expensas del creciente desorden de su entorno. Así se
resolvía la paradoja entre biología y física, cuanto más alejado del equilibrio
está un sistema, mayor es su complejidad y exhibe un comportamiento más
parecido al de coherencia cuántica, es decir, es mayor su grado de
no-linealidad.
Posteriormente, los
cibernéticos se sorprendieron al descubrir que distintos modelos como las redes
binarias y los autómatas celulares estimulados al azar empezaban a responder
según patrones ordenados y predecibles en términos de ecuaciones no-lineales
similares a las encontradas por Prigogine (Kauffman, 1991; Varela, Maturana y
Uribe, 1974). Los sistemas en red
retornan cíclicamente a un estado previo. Cada uno de estos ciclos o atractores
difieren en longitud: los ciclos largos, también llamados atractores caóticos,
son extremadamente sensibles a pequeñas perturbaciones, lo que les hace casi
imposible mantener su organización; en cambio
cuando el ciclo es muy corto parece muy ordenado, pero las
perturbaciones son muy aisladas y no permiten que el patrón se propague en el
sistema. Al parecer, los sistemas vivos existen en atractores de longitud media
que comienzan a coordinar o acoplar su funcionamiento, en una zona limítrofe
entre orden y caos (Capra, 1999).
Es importante entender
que los organismos, las células y todas las sustancias que componen la vida
tienen una existencia multidimensional y
también pueden estar sujetas a las leyes de la física cuántica. En general los
físicos creían que los efectos cuánticos no podían ocurrir a temperatura
corporal, sin embargo, las últimas evidencias permiten dudar de esta conclusión.
Las simulaciones por computadora sobre sistemas a temperatura corporal, han
mostrado que algunas partes de un sistema pueden permanecer en coherencia
mientras otras caen en comportamiento clásico. Específicamente, se está
estudiando la capacidad de las proteínas para entrar en coherencia y la
capacidad de las células para dar coherencia a la osmosis de agua, cuando estos
procesos se apoyan en el transporte de electrones. Como mostraremos más
adelante las neuronas también tienen un comportamiento cuántico. E incluso, las
simulaciones han demostrado cómo que el ADN funciona como una red
autorganizadora, pues en general, los genes funcionan en forma interdependiente
e indeterminada, por ejemplo, muchas series distintas pueden producir la misma
proteína y unos genes solo se activan estando activados otros. Todas
investigaciones que han abierto los horizontes para comprender la participación
de los procesos concientes en la epigenética (Kauffman, 2013; Ho, 2008; Ho,
1996; Ho, 1984).
Como explica Stuart Kauffman (2016; 2013; 2008; 2003;
1993; 1999). Investigaciones: complejidad, autoorganización y nuevas leyes para
una biología general. Tusquets Editores., la autorganización es una
fuerza muy importante del universo que se esconde tras el aparente azar, la
vemos en los copos de nieve, en los remolinos de agua y en toda la naturaleza.
Algo interesante en este principio es que da por superado el evolucionismo a
ultranza, que afirma la acumulación gradual de cambios como la única
explicación para el aumento de complejidad biológica. De hecho, desde hace tiempo se sabe que la
evolución biológica no siempre es gradual, por el contrario es común encontrar
saltos abruptos a nuevas formas de organización (Gould y Eldredge, 1972).
Para comprender cómo
logran autorganizarse los sistemas es importante advertir un principio
biológico más, el principio de coevolución. Es difícil que el ADN pueda
replicarse por sí solo, necesita de un sistema de moléculas que se organice en
múltiples bucles. Para conformar un organismo pluricelular se necesita el
acoplamiento de una diversidad de células. Para articular una comunidad
biológica se necesita la cooperación de una multitud de organismos y para
mantener la vida en el planeta se necesita la cooperación de toda la biota y su
entorno.
Como demuestra el
experimento de Miller y Urey, es posible generar compuestos orgánicos a partir
de materia inorgánica, pero que estas moléculas se organicen en una célula
resulta un proceso mucho más complejo (Lazcano, 2008; Orgel, 1988). Como
propuso Manfred Eigen (Kauffman, 1991) el origen de la vida podría ser
resultado de un proceso de autoorganización molecular en sistemas químicos
alejados del equilibrio, que involucra múltiples ciclos de retroalimentación.
Cada ciclo tiene a la base un catalizador, es decir, una sustancia química
capaz de propiciar una reacción química sin necesidad de cambiar su estructura.
En el experimento clásico, se introduce en un tubo de ensayo nucleótidos
libres, la enzima replicasa como catalizador y una dosis de energía. Eigen
descubrió que la disipación de energía permite entrelazar los ciclos
catalíticos para formar hyperciclos capaces de autorreproducirse, dando
sustento a un ARN primitivo (Kauffman, 1991). La verdad no lo sabemos, pero es
muy probable que previamente, se hayan formado las primeras membranas formadas
por lípidos que contenían moléculas orgánicas en solución y que el interior de
estas membranas hubiera sido el asiento de estos hiperciclos.
El mundo microbiológico
es un mundo asombroso donde la recombinación de ADN y las mutaciones genéticas
están a la orden del día, así los microbios logran adaptarse rápidamente al
ambiente y combinar sus características (Margulis y Sagan, 1986). Al comienzo,
los microbios no contaban con organelos diferenciados, de hecho, aun hoy,
existen muchos organismos procarionte que no tienen un núcleo. Nos preguntamos
entonces ¿Cómo lograron desarrollar organelos? Lynn Margulis ha iluminado una
alternativa impresionante, la simbiogénesis permite a las bacterias unirse
entre sí en relaciones simbióticas para formar un nuevo ser. Por ejemplo, en
cierto momento ciertas algas azúl-verdosas fueron fagocitadas por otros microorganismos
pero lograron sobrevivir a los procesos de digestión, y con el tiempo pasaron a
desarrollar una simbiosis tal que pasaron a conformar cloroplastos, luego
colonias de estos organimos se asociaron entre sí para formar las distintas
estructuras vegetales. Algo similar debió ocurrir con las mitocondrias, cuando
un ser unicelular incorporó en su funcionamiento otras bacterias aeróbicas
(Margulis, 1998; Margulis, 1970; Margulis y Sagan, 1986; Margulis y Sagan,
1986; Margulis, Sagan y Eldredge, 1995).
Nos preguntamos por
tanto, ¿Ocurrirá lo mismo en nosotros, los organismos multicelulares? Es
evidente que las mutaciones no son métodos efectivos para organismos
pluricelulares como los humanos (de hecho sulen asociarse a enfermedad), la
rápida proliferación solo se observa en organismos más pequeños como los
insectos, los organismos pluricelulares tampoco suelen intercambian genes como
las bacterias. Entonces ¿De qué manera han evolucionado los organismos multicelulares?
Como explica Margulis, lejos de haber superado evolutivamente los
microrganismos, nuestro organismo es un caleidoscópico mosaico de microrganismos,
un pequeño universo donde habita una multiplicidad de organismos acoplados
simbioticamente. Lo vemos desde el mismo comienzo de nuestras vidas cuando la
meiosis permite una especie de intercambio de genes entre nuestras células y
luego los gametos formados por cada organismo, óvulo y espermatozoide, se unen
para formarnos (Margulis, 1998; Margulis, 1970; Margulis y Sagan, 1986;
Margulis y Sagan, 1986; Margulis, Sagan y Eldredge, 1995).
Si nos trasladamos a una
escala aun mayor descubrimos otro principio aun más sorprendente, así como los
microorganismos son parte de nosotros, nosotros somos parte de un organismo
mayor llamado Gaia (Lovelock, 1985; 1993). Nuestro planeta Tierra como un todo es
un ser vivo compuesto por la biota (animales, vegetales, humanos,
microrganismos, etc.) y la biosfera (suelo, océano, atmosfera), elementos que
se retroalimentan de manera automática, para mantener condiciones bioquímicas
favorables para la vida del planeta, el ser humano es parte de este proceso,
pero lo lleva a cabo en forma inconciente. Como ha revelado la ecología, los
seres vivos y sus ecosistemas están tan interconectados que se llega a un punto
donde se vuelve difícil distinguir un ser vivo de un ente inerte.
Lovelock y Margulis, nos
invitan a mirar con atención nuestros océanos, nuestra tierra y nuestra
atmósfera, así como nuestra flora y fauna, y a percatarnos como continuamente el
mundo biológico regula la Tierra mediante una ciclos físico-químicos que se
organizan en complejos sistemas en red (ciclo del oxigeno, del nitrógeno, del
azufre, etc.). La fotosíntesis, la fermentación y la respiración regulan las
concentraciones de oxígeno y carbono en el aire, hay otros procesos que logran
fijar el nitrógeno a la tierra, o que se encargan de descomponer moléculas
complejas, etc y en todos estos procesos se ven involucrados procesos
geológicos, atmosféricos, bacterianos y humanos. La simbiogénesis y la hipótesis
Gaia han sido descubrimientos revolucionarios para la ciencia, que nos ha
concientizado sobre la importancia de cuidar nuestro entorno y la importancia
de tener una actitud más humilde frente a la naturaleza.
La verdad es que el ser
humano es una de las criaturas que más depende de su entorno para vivir,
dependemos de nuestros alimentos, del aire, de nuestras madres cuando somos
bebés, y ahora podemos agregar nuestros medios de transporte y
telecomunicaciones. De forma similar a como las abejas han incorporado los
panales en el mundo biológico, el ser humano ha incorporado su tecnología a la
naturaleza.
Julian Huxley (1957) pronosticó
que el avance de la ciencia y la tecnología aumentarían las expectativas de
desarrollo mental, físico y espiritual, tras lo cual, esperaba la llegada de un
transhumanismo que determinará el futuro curso de evolución del universo. Ray
Kurzweil (1998) describe un mundo futuro poblado por ciborg donde no podamos
distinguir a la máquina del ser humano, las mentes humanas e inteligencias
artificiales se encontrarán interconectadas en red, de manera que el mundo
estará poblado por programas en línea que podrán manifestarse tomando el
control de distintos cuerpos, además, gracias al avance de la nanotecnología
podrán descomponerse y componerse en cualquier lugar, todo el conocimiento se
encontrará disponible en forma instantánea por todos los seres concientes y el
mundo virtual será tan familiar como nuestras percepciones cotidianas. Para ese
entonces, nuestra tecnología permitirá que pequeñas colonias de ciborg pueblen todo
nuestro sistema solar y quizás nuestra galaxia. ¿Estamos hoy llegando a un
encuentro entre mecanicismo y romanticismo?
En este punto cabe
preguntarse, ¿hasta qué escala podemos llevar nuestra reflexión biológica? “¿Es
el sistema solar una red autopoiésica? ¿Y la galaxia? ¿Y qué decir del universo
como un todo? ¿Está vivo el universo?...” (Capra, 1996). Pensemos solo un poco,
nuestros vegetales necesitan del sol para vivir, algunos de los grandes saltos
evolutivos partieron por influencia extraterrestre, por ejemplo, la panspermia facilitó
el surgimiento de la vida y un gran meteorito causó la extinción en masa de los
dinosaurios. Después de todo, no es tan extraño pensar la vida como un fenómeno
cósmico, además, es muy posible que la vida extraterrestre sea mucho más común
que lo que pensábamos.
Cibernética de segundo orden y neurociencia
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Morfoestásis y Morfogénesis
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